El mundo funerario romano estaba dominado por la superstición y el simbolismo: la muerte era contaminante, por lo que se purificaba con fuego mediante el ritual de la incineración o se aislaba de los vivos con la inhumación. Ambos ritos coexistieron durante mucho tiempo, hasta que comenzaron a popularizarse las ideas cristianas acerca de la resurrección y se empieza a tratar de conservar los cuerpos. La producción de sarcófagos -literalmente "comedor de carne"-, a partir del siglo II n.e., responde a esa intención. El ejemplar de la ilustración se conserva completo. Presenta una decoración a base de canales ondulados entre los que se intercalan figuras masculinas en su cara principal y sendas figuras de mamíferos alados en los laterales.